domingo, 16 de noviembre de 2008

Simone de Beauvoir


Extraido del libro "Memorias de una joven formal"

(para saber que las luchas internas y externas que tenemos, pueden ser similares a las de Simone y buscar el camino de uno mismo es posible).


...era la libertad y era el placer.

La triste esclavitud de los adultos me asustaba; nada imprevisto les ocurría; soportaban entre suspiros una existencia donde todo estaba decidido de antemano sin que nunca nadie decidiera nada.

“Estoy sola. Uno siempre está solo. Siempre estaré sola”. Encuentro ese leimotiv de un extremo al otro del cuaderno. Nunca había pensado eso. “Soy otra”, me decía a veces con orgullo; pero veía en mis diferencias la prueba de una superioridad que algún día todo el mundo reconocería.

No tenía nada de una rebelde: quería ser alguien, hacer algo, perseguir sin fin la ascensión comenzada desde mi nacimiento; necesitaba por lo tanto arrancarme de los viejos surcos, de las rutinas; pero creía posible superar la mediocridad burguesa sin apartarme de la burguesía. Suponía que su devoción por los valores universales era sincera; me creía autorizada a liquidar tradiciones, costumbres, prejuicios, todos los particularismos, en provecho de la razón, el bien. De lo bello, del progreso.

Si acertaba una vida, una obra que hiciera honor a la humanidad, me felicitarían por haber pisoteado el conformismo, me aceptarían, me admirarían.

Descubrí brutalmente que me había equivocado; lejos de admirarme, no me aceptaban, en vez de tejerme coronas, me repudiaban.

La angustia me invadió, porque comprendí que repudiaban en mi, mas que a mi actitud actual, el porvenir hacia el cual me dirigía: ese ostracismo no tendría fin.

No imaginaba que existieran medios diferentes al mío; algunos individuos, aquí o allá, emergían de la masa; pero yo no tenía ninguna posibilidad de encontrar a algunos de ellos; aun si me hacía uno o dos amigos, no me consolarían del exilio de que ya sufría; siempre había sido muy mimada, rodeada, estimada, me gustaba que me quisieran ; la severidad de mi destino me asustó.

Me fui anunciada por mi padre; yo había contado con su apoyo, su simpatía, su aprobación: me decepcionó profundamente que me lo negara.

Había mucha distancia entre mis miras ambiciosas y su escepticismo triste; su moral exigía el respeto de las instituciones en cuanto a los individuos, no tenían nada que hacer sobre la tierra salvo evitar los disgustos y gozar lo mas posible de la existencia…

…Nadie me admitía tal cual era, nadie me quería: yo me querré lo bastante, decidí, para compensar ese abandono.

Antes me convenía a mi misma, pero me ocupaba poco de conocerme; en adelante pretendí desdoblarme, mirarme, me espiaba; en mi Diario dialogaba conmigo misma.

Entré en un mundo cuya novedad me aturdió.

Aprendí lo que separa el desamparo de la melancolía y la sequedad de la serenidad; conocí las vacilaciones del corazón, sus delirios, el esplendor de los grandes renunciamientos y los murmullos subterráneos de la esperanza…….

...Cuando mi madre me hacía un pregunta yo tenía siempre la impresión de que estaba mirando por el ojo de la cerradura. El solo hecho de que reivindicara derechos sobre mi me congelaba.

Me guardaba rencor por ese fracaso y se esforzaba por vencer mis resistencias desplegando una solicitud que las exasperaba, “Simone preferiría desnudarse antes que decir lo que tiene dentro de la cabeza”, decía en tono enojado.

En efecto: callaba obstinadamente.

Hasta con mi padre renuncié a discutir; no tenía la menor posibilidad de influir en sus opiniones, mis argumentos se estrellaban contra una pared: una vez por todas, y tan radicalmente como mi madre, él estaba contra mí, ya ni siquiera trataba de convencerme, sino únicamente de pescarme in fraganti.

Las conversaciones mas inocentes encerraban trampas; mis padres traducían mis palabras a su idioma y me imputaban ideas que no tenían nada en común a las mías.

Siempre me había debatido contra la opresión del lenguaje; ahora me repetía la frase de Barrès: “¿Por qué las palabras, esa precisión brutal que maltrata nuestras complicaciones?”. En cuanto abría la boca, les daba donde asirse, y me encerraban de nuevo en ese mundo del que había tardado años en evadirme, donde cada cosa tiene sin equívoco su nombre, su lugar, su función, donde el odio y el amor, el mal y el bien son tan identificables como el negro y el blanco, donde de antemano todo está fichado, catalogado, conocido, comprendido e irremediablemente juzgado, ese mundo de artistas cortantes, bañado de una implacable luz, que la sombra de una duda no roza jamás.

Yo prefería guardar silencio. Pero mis padres no lo admitían y me tachaban de ingrata. Tenía el corazón mucho menos seco de lo que suponía mi padre y me afligía.

De noche en la cama lloraba, hasta llegué a echarme a llorar ante ellos; se ofuscaron y me reprocharon aun mas mi ingratitud.

Entreví una solución; responder en forma tranquilizadora, mentir; me costaba resignarme: me parecía traicionarme a mi misma. Decidí “decir la verdad, pero brutalmente, sin comentarios”: Así evitaría a la vez disfrazar mi pensamiento y exponerlo.

No era muy hábil porque escandalizaba a mis padres sin calmar su curiosidad. En verdad no existía solución, estaba atrapada; mis padres no podía soportar ni lo que yo tenía que decirles ni el mutismo; cuando me arriesgaba a darles alguna explicación, los aterraba.

“Estás al margen de la vida, la vida no es tan complicada”, decía mi madre. Pero si me replegaba en mi misma, mi padre se lamentaba: Yo me disecaba, era solo un cerebro.

Hablaban de mandarme al extranjero, pedían consejos a todo el mundo, enloquecían.

Yo intentaba blindarme, me exhortaba a no temer la crítica, el ridículo ni los malos entendidos; poco importaba la opinión que tenían de mi, ni que estuviera o no fundada.

Cuando alcanzaba esa indiferencia podía reír sin ganas y aprobar todo lo que decían. Pero entonces me sentía radicalmente separada de los demás; miraba en el espejo a aquella que sus ojos veían: no era yo; yo estaba ausente, ausente de todos lados; ¿Dónde encontrarme? Me perdía. “Vivir es mentir”, me decía abrumada; en principio no tenía nada contra la mentira, pero en la práctica era extenuador fabricarse máscaras sin cesar. A veces pensé que iban a faltarme fuerzas y que me resignaría a volver a ser como los demás.

...Aprendí leyendo los primeros libros de Barrès que “el hombre libre” suscita fatalmente el odio de los “bárvaros” y que su primer deber es enfrentarse a ellos. No sufría una oscura desgracia sino que luchaba por la buena causa.

…Me puse a hacer proyectos de felicidad. Si había renunciado a la dicha era porque creía que me sería negada; pero en cuanto me pareció posible, empecé a desearla.

….continuaré………


1 comentario:

LiLiTh (NeFeSh) dijo...

Me encanta Simone. Leí su novela de La invitada en un momento crucial de mi vida, cuando responder a la pregunta de la monogamia era una cuestión fundamental para mí. Estas citas son muy bellas, he leído la autobiografía de Beauvoir en fragmentos y siempre me parece reveladora.
Tengo dos blogs, seguro que uno de de ellos te gustará. A mí el tuyo me ha encantado.

http://extranjeraenmicuerpo.blogspot.com

http://isabelarango.blogspot.com

El primero es anónimo (ya lo comprenderás cuando lo veas) y el otro es más, digamos, público. Besos.